LA MOSCA & EL MERCADO / PRESENTACIÓN






Hicimos "La Mosca & El Mercado" allá por el 2000, 2001.
Teníamos entonces la inconciencia de la aventura y los sabores del riesgo, y la falta absoluta de planes como timón de tormenta.
Teníamos entonces la guerra a flor de piel, y anunciábamos con estridencia revoluciones que nunca llegarían.
Hablábamos de cosas inmediatas, sin saber que acaso repetíamos un mandato quejumbroso y tanguero de una época lanzada hacia su límite. Amigos que bardeaban de pólitica y moral con aforismos nietzscheanos y preocupaciones vagas.
Ahora tenemos -inexorablemente- unos cuantos años más, y muchas canas más, y la extraña sensación de que esos años se desvanecieron sin sentido, perdidos en intentos de nada sobre nada y hacia nada.
Si sólo resguardáramos hechos, noticias, fragmentos del olvido, simples nociones de inmediatez, podríamos decir, con verdad: pasaron tantas cosas desde entonces...
Si sólo resguardáramos hechos, simples nociones superficiales encadenadas a impulsos primitivos de certezas, podríamos entonces registrar nuestras inmóviles estatuas de sal: las asambleas barriales y aquellas tardes de domingo en Parque Centenario (¿te acordás?), Duhalde, el corralito, los golpes con martillos de los viejos frente a los bancos blindados, el puto de Rodríguez Sáa, el default, el riesgo-país, las colas frente a las embajadas, los cinco presidentes en una semana, el tres por uno, y al final Javier asomándose a una política que yo no entendía, y yo escondiéndome en aquella pensión de Seguí para salvar el esqueleto, con poca guita en el bolsillo y los pibes aquellos con los que salvamos las pocas viejas estructuras que por todas partes ya venían cayéndose a pedazos, y con ellas salvar de la deriva mis sentidos más profundos, más ocultos, más míos.
Y después Luján nuevamente, y la historia gota a gota, soneto por soneto, piedra por piedra, escape por escape, y el barco enfilado hacia un rumbo distante y extraño, tripulado por el fuego de aquella piba de Mercedes...
Entonces (creo) éramos más serios que ahora, y menos dolidos.
Todavía no habíamos sido capturados por la aliteración obscena de los mensajes de texto del sin-espacio y el sin-tiempo, ni por la resignación cobarde del enjaulado. Internet no era aún para nosotros este mandato ordenador de nuestras grietas y nuestros descontentos.
La mayoría de los amigos de entonces se perdieron en un limbo.
Las últimas noticias de la derrota siguieron su marcha, infructuosas, incesantes, girando alrededor de los mismos abismos, incólumes, haciendo de cuenta que nada pasaba, que todo era normal y cotidiano. Afganistán, Irak, Al Qaeda, Blumberg, Tinelli, Bush, Guantánamo, Bin Laden, Duhalde, el codificado de los domingos, Clarín y Telenoche... todo con la misma cara de póker de los presentadores de los noticieros y los vecinos de tu cuadra.
Pasaron siete años como siete letanías, y siempre intentando (sin ganas) volver a editar aquella revista, aquel jolgorio de quejas, aquellas pastillas contra el aburrimiento...
Entonces teníamos ganas, desconfianza, vanidad, carácter.
Nos enorgullecimos entonces con cada gesto, con cada palabra de aliento, con cada aceptación.
Ahora tenemos más certezas, o acaso las mismas más hondas, más altas, más claras.
Entonces teníamos la decisión y el tiempo. Podíamos esperar, podíamos esperar a des-esperarnos.
Ahora el hielo de esta congeladora comenzó a descongelarse.










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09 noviembre, 2007

La Piña del Roña

Nota-editorial del Nº 4 / Octubre 2001
Escrita entre la tarde del martes 11 y la del miércoles 12 de septiembre, en la conmoción de los "atentados terroristas" a los EEUU.

"Una sola cosa cura todos los males: la victoria" (Friedrich Nietzsche)



Para quienes alguna vez (contrariando la opinión de la mayoría de las mujeres) hemos disfrutado de un match de boxeo, la "piña del Roña" es un hito conocido y casi legendario, un acontecimiento de nuestra mitología callejera mediocre.
El "Roña" Castro peleaba, por aquellos días, por un devaluado título de "campeón mundial" de segunda categoría. Era una de ésas noches de sábado de aburridas y (a veces hay que reconocerlo) patéticas peleas clase B por televisión. El "Roña" era el arquetipo del boxeador argentino: gordo y algo lento, pero potente; indisciplinado, pero talentoso; con mucho de canchero, de guapo, de pibe de la calle, de atorrante. El boxeo, como el fútbol, tiene a veces esa magia: héroes del hambre por un día, desclasados que se codean con la fama, con la única razón de su fiereza y su heroísmo, perdedores desafiantes que enfrentan al mundo con el lomo desnudo, geniales cabecitas que escupen a la cara de los poderosos.
De chico, yo siempre admiraba a esos tipos legendarios, a los de estirpe de barrio, los Galíndez, los Monzón, los Maradona, los Bonavena...
Esa noche de sábado el Roña perdía, claramente. Por afano. Ligaba y ligaba. Más rápido, mejor entrenado, más fuerte, táctica y fisicamente mejor preparado, su rival desempeñaba con constancia y criterio su plan demoledor. Golpeaba una y otra vez. Los golpes entraban, cada vez más, en las defensas del Roña, que aguantaba, arrinconado contra las cuerdas, cada vez más desprotegido, con valentía pero con desesperación. Pasaban los rounds, y la desventaja se ampliaba. ¿Cuánto más aguantaría? El K.O. parecía venirse, inexorable. Sólo era cuestión de tiempo. Un golpe del rival, y otro, y otro. El Roña se tambalea, las piernas quieren doblársele, parece que cae. Otro gancho cruzado, y otro. El Roña está desorientado, indefenso.
Otro golpe, el Roña ya baja los brazos, parece groggy, se inclina contra las cuerdas. El árbitro observa casi en cuclillas, dispuesto a parar el combate, que ya casi no es tal. Otro golpe, y otro. El Roña, ahora totalmente apoyado contra las cuerdas, ya casi no se defiende. El rival lo observa, para rematarlo. Ya ganó. Va confiado, para terminarlo.
Entonces sucede: de la nada, desde allá abajo, desde la trampa desesperada y genial que el Roña le ha tendido a la confianza ganadora del otro, surge una piña tremenda, limpia, potentísima, llena de bronca y de resentimiento, que da de lleno en el mentón del rival. Una piña maravillosa y sorpresiva. Una piña genial. El rival cae de boca, besando la lona. La pelea termina. Del público surgen las exclamaciones asombradas, los alaridos, el desahogo inesperado.
El Roña festeja, golpeado y ensangrentado, sin darse cuanta, acaso, que acaba de escribir su página de gloria y leyenda. Sin darse cuenta, acaso, de que esa piña descomunal, mezcla de viveza criolla, de confianza ciega en sí mismo, de manotazo salvador y de revancha, superará a su propio nombre, a su propia historia, para quedar en el recuerdo incesante de los hechos míticos. Una piña que sobrevivirá, porque fue la piña de un sobreviviente.
Ya está en la leyenda. Es la piña del Roña.
Hay veces en que la vida pega estas piñas.
Sucede muy de vez en cuando, pero cuando sucede, cuando la realidad se olvida de pronto de su modorra y atraviesa el desgano de la rutina, ya nada vuelve a ser lo mismo. Hay veces en que la realidad se sacude, como un gigante despertándose de su letargo, y arrasa de un golpe, con sus poderes inigualables, la endeble pequeñez de las personas.
A veces, muy pocas veces, la realidad se desgarra y nos deja desnudos, frente al silencio de nuestros discursos y la soberbia de nuestras creencias.
Ahora, exactamente ahora, está sucediendo.
Por la espina dorsal del mundo corre la tensión de una noticia increíble. Alarmas largamente silenciadas aúllan en todos los tímpanos. Estoy viendo en la televisión lo que nunca creí poder ver. Si un día antes, tan sólo un día antes alguien se hubiera atrevido siquiera a sugerirlo, hubiese pasado por loco. Pero aquí está.
Esta es la piña más increíble de los últimos tiempos. EEUU, el líder del imperio global, recibe en su cara el golpe más impensado. Lo que demuestra este hecho puede ser, ni más ni menos, la más grande lección moral que el planeta haya recibido en mucho, muchísimo tiempo. Será nuestra tarea, ahora, saber entenderla, saber interpretarla.
Nunca, en toda su historia, los EEUU habían sido atacados en su propio territorio por ningún enemigo. EEUU, que en los últimos cincuenta años bombardeó diecinueve países con las más desarrolladas y destructivas bombas, nunca, jamás, había probado en sus propias ciudades de esa medicina. Pero sucedió. La historia guardará esta fecha: 11 de septiembre de 2001.
Al pricipio, cuando la televisión nos mostraba las primeras e increíbles escenas de este ataque inédito en la historia, yo creí (lo confieso) que se trataba de una trampa. Había estado leyendo, estos últimos días, notas periodísticas y textos sobre la política exterior norteamericana, de nuestro pasado reciente y de nuestra actualidad, con el fin de buscar datos para volcarlos en una nota que estaba preparando para esta misma revista. Al ver las primeras imágenes (sobre todo cuando sólo la primera de las torres gemelas había sido atacada) inmediatamente pensé: -acá está. Acá tienen la excusa que estaban buscando. Ya se empezaba a dudar, en los primeros noticieros, de un accidente fatal, y se barajaba la posibilidad de un atentado, que en pocos minutos iba a confirmarse, con el segundo avión, y con el tercero, en el Pentágono.
Pensé: -si esto es un atentado contra una de las torres, seguramente ellos (el gobierno norteamericano, la CIA, y las demás agencias de defensa y seguridad) lo sabían de antemano, o hasta podría ser que fuesen ellos mismos quienes lo prepararon.
¿Porqué pensé de esa forma? Por mi propia desconfianza, claro, y porque recordé un consejo que alguna vez me diera, en una clase, alguien que sabía mucho, demasiado, sobre la manera de actuar de los más poderosos. Este hombre me decía "la gente tiende por lo general a pensar bien de quienes están más arriba en la escala social. Pero la realidad es muy, muy dura: quien empieza a advertir cómo son los manejos en las más altas esferas del poder, siempre tiende a quedarse corto. Sobre todo los más jóvenes creen -me decía-, cuando se informan sobre ciertas realidades, que es imposible que haya gente (los grandes funcionarios del mundo, los altos dirigentes políticos, los representantes de los poderes económicos internacionales, etc.) que sea tan nociva, tan dañina, tan destructiva. Pero hasta el más 'pesimista' de esos jóvenes no llega a advertir ni el diez por ciento de lo que esas personas son en realidad. El que está arriba, el que toma decisiones de enorme poder, es absolutamente capaz de todo. La realidad, en política mundial, es cien, mil, un millón de veces más dura de lo que nosotros podemos advertir o denunciar". Su consejo fue, recuerdo, así: "si algún día vas a trabajar sobre política internacional, aprendé, primero que todo, a desconfiar".
¿Y porqué desconfié, cuando lo que veía con mis propios ojos era un ataque directo a los norteamericanos, a su gente, a su ciudad-símbolo? Porque, no sé si sabrán, no hubiese sido la primera vez en la historia que los EEUU, la mayor potencia industrial, económica, militar y científica del mundo, se deja atacar adrede (o simula ser atacada) por supuestos "enemigos" con el fin de conseguir la excusa propicia para llevar a cabo sus planes y sus estrategias de dominación, previamente establecidos.
¿Ejemplos? Se me ocurren estos cuatro, entre tantos posibles:
* 1898, EEUU obtiene la isla de Cuba, quitándole el derecho de dominación a España. EEUU entró en guerra con los hispanos luego de sufrir la "voladura" del buque Maine, en el puerto de La Habana. Lo habían volado ellos mismos.
* Diciembre de 1941, Pearl Harbor. Hasta este ataque reciente a los torres, era la mayor agresión sufrida por los EEUU. Murieron 2.500 personas, siendo el motivo que llevó a Norteamérica a sumarse a la Segunda Guerra Mundial. Informes recientes de inteligencia, difundidos por la BBC, demuestran que el presidente Roosevelt y las máximas autoridades militares estaban al tanto de lo que sucedería, y pudieron haberlo evitado.
* Agosto de 1964. Supuestos "incidentes" en el Golfo de Tonkín, al otro lado del mundo, disparan una urgente intervención militar norteamericana. Comienza así la guerra de Vietnam. Los incidentes (luego se sabría) fueron sólo una campaña de distracción de los servicios de inteligencia. El objetivo fue, en realidad, intervenir militarmente para impedir el advenimiento de un gobierno comunista.
* 11 de septiembre, pero de 1972: es derrocado el gobierno democrático de Salvador Allende, en Santiago de Chile, por considerárselo "contrario a los intereses del gobierno norteamericano". Aviones de la Fuerza Aérea Chilena bombardean la casa de Gobierno, y el presidente es asesinado. Vendrían luego los quince años de la dictadura de Pinochet, con más de 5.000 víctimas, entre desaparecidos, torturados, secuestrados y asesinados. El tiempo lo confirmó: el golpe había sido planeado y decidido por Henry Kissinger, Secretario de Estado Norteamericano, y apoyado técnica y financieramente por la CIA.
Pero en definitiva, aunque quizás nunca lo sabremos, podemos decir ahora que estos atentados terroristas no han sido, suponemos, una trampa, sino una venganza espantosa. Un tal Osama Bin Laden, dueño aparentemente de una fortuna de más de cinco mil millones de dólares (¿en qué bancos del "primer mundo" los tendría depositados?), reclutado, entrenado y financiado por los militares de EEUU para luchar, con tácticas terroristas, contra los soviéticos en Afganistán, se les ha dado vuelta, ahora, y organizó y ejecutó, para que lo vea todo el mundo en vivo y en directo, un curso acelerado de su profesión. Por lo visto, EEUU pasó a ser, desde unos años a esta parte, su nuevo enemigo, y como tal, ha atacado sus centros financieros y de inteligencia. Ha sido, qué duda cabe, un buen alumno.
¿Hace falta detallar los motivos que tendría -justificables o injustificables- un personaje así para intentar atacar a Norteamérica? ¿Hace falta contar, sin ser redundantes, cuántos enemigos mortales fue ganando este país en las últimas décadas?
Si algún día se escribiese la historia de la "política exterior norteamericana del siglo XX" estaríamos ante la historia de la derrota más profunda y angustiante de la condición humana. Sería una historia de continuas bajezas. Porque EEUU ha intervenido en todas partes, y en todas partes fue sembrando tendales de sufrimiento, miseria y muertes.
¿Cómo no habría de florecer el odio, regado de injusticias? ¿Cómo podría vivir seguro un país que emergió por sobre las ruinas de generaciones enteras?
La memoria de tantos pueblos que tuvieron la desgracia de ser testigos privilegiados de los "tratamientos norteamericanos" nunca podrá ser sometida u ocultada.
Esa es una lección que los EEUU no ha terminado de aprender: los pueblos no olvidan, y de todo crimen siempre quedan testigos.
¿Quién podrá olvidarse de Hiroshima?
Y los 170.000 "opositores" liquidados en Guatemala, y la guerra civil en Nicaragua, donde los "contras" eran financiados y entrenados por oficiales norteamericanos, con fondos secretos que provenían, muchas veces, del tráfico de drogas organizado y llevado adelante, también, por la CIA (1), y Angola, y Panamá (2), y los 30.000 desaparecidos por los militares argentinos entrenados en técnicas de secuestro, tortura y eliminación de cadáveres por expertos de la "inteligencia americana", y los paramilitares de Brasil, Perú y Colombia, también entrenados y financiados por sus "agentes", y los 100.000 muertos en Irak, y Yugoslavia, y El Salvador, y los más de 45 atentados terroristas que intentaron llevar adelante, en los últimos años, contra Cuba, muchas veces con éxito (hasta con el plan de enviar asesinos a sueldo a matar al presidente), y la frontera de México, y Haití, y la invasión a Granada, y la intervención en República Dominicana, y Laos, y Camboya, y el napalm en las selvas vietnamitas, y Sarajevo, y Albania, y Puerto Rico, y las bases militares en Ecuador, y la Escuela de las Américas, que solventaba y entrenaba torturadores, asesinos, traficantes y secuestradores para actuar en todo el continente americano, y las bandas mercenarias y paramilitares que ajusticiaron (y continúan ajusticiando) a supuestos rebeldes, subversivos, terroristas y opositores políticos en nombre de las directrices de Washington, y la Operación Cóndor, y la guerra psicológica, y Chipre, y Grecia, y el genocidio de Timor Occidental, y los 2.500 argentinos muertos en Malvinas, y el apoyo financiero a cientos de dictaduras y gobiernos corruptos de todo el mundo, y los marines invasores, y Bangladesh, y Siria, y Uganda, y Libia, y...
¿Cómo seguir enumerando los casi innumerables actos de barbarie e injusticias que ha cometido, en nombre de su propia seguridad, en su propio beneficio, el gobierno de los EEUU, para poder llegar a ser el mayor imperio global de toda la historia humana?
¿Cómo contabilizar, en una balanza que sería absurda y monstruosa, los millones y millones de muertes que los EEUU han provocado en todas partes, solamente en el siglo XX?
Es difícil, muy difícil. Y en este contexto, en este momento en donde todo el planeta ha visto en directo como se consumaba el mayor espectáculo de muerte pública, en este momento de sensibilidades heridas, enumerar todos estos hechos puede sonar a justificación, precisamente, de lo que es injustificable.
Pero el mayor absurdo al que podríamos llegar sería, también, suponer de antemano que un país como Norteamérica, con su historia de violencia, barbarie e intrigas interminables, es un país inocente, víctima casual de atentados terroristas perpetrados por "locos" aislados.
Por eso, creo, éste es el momento oportuno para pensar cómo los EEUU se han ganado el odio y el desprecio de tantos países, tantos grupos, tantas personas, durante tanto tiempo, en tantos lugares.
¿País inocente?
Es el país que decide, desde sus organismos financieros y bancarios, desde sus centros administrativos y de control, quién manda y quién obedece en todo el mundo, quién obtiene un mayor nivel de vida para sus habitantes y quién cae en la peor de las miserias. Como un titiritero insensible, EEUU maneja los hilos de las relaciones de todos los países.
¿Más ejemplos?: la excusa patética de una "misión humanitaria" lo lleva a bombardear Kosovo, Bosnia o Panamá, donde tiene intereses directos, pero nada lo lleva a intervenir en la bestial guerra civil de Ruanda, más que como un "juez imparcial" que espera, en realidad, el desenlace de los acontecimientos para obtener luego el mayor provecho. Y nada dice de "humanitario" de esa guerra entre las tribus de Hutus y Tutsis (los primeros obtuvieron, dicho sea de paso, durante mucho tiempo, ayuda técnica, financiera y estratégica de la CIA) que, hace tan sólo seis años atrás, dejó en el lapso de dos meses un millón de personas muertas, gran parte de las cuales, increíblememente, fueron destrozadas a machetazos. Y éste es sólo un ejemplo. Uno solo.
Y EEUU es, también, el país del terrorismo disfrazado de "causas nobles". Un lobo que ha dominado el mundo vestido de cordero. El país de la mayor red de inteligencia, que opera en todo el mundo con las tácticas del espionaje mafioso, intentando obtener beneficios a costa de industrias, grupos o gobiernos de todo el mundo, y boicoteando o destruyendo todo emprendimiento que no sea americano o pro-americano.
Y es a éste país, a éstos dirigentes, a éste campeón de todos los pesos, que la roña del mundo le ha sacudido una piña tremenda.
Martes 11 de septiembre de 2001.
Este martes increíble, que nadie creyó poder vivir nunca, está aquí, en vivo y en directo.
La roña del mundo ha pegado una piña salvaje, desesperada, descomunal, irracional.
Pero también algo de heroico, algo de legendario hubo en este acto insensato. Más allá de los cuerpos destrozados y del dolor, hay un símbolo, un ejemplo duro y doloroso, pero claro .
Por primera vez el "tercer mundo" ha atacado el corazón del primero. Por primera vez el sur escupe en la cara del norte. Por primera vez, y sin que nadie lo esperara.
Toda la roña del mundo, los excluídos, los millones de marginados, los fantasmas de todas las miles de guerras y matanzas bestiales, los hambreados y los miserables, todos los millones de ilusiones y esperanzas quebradas, todos los desesperados y desplazados, todas las voces ocultas y subterráneas, todos los gritos callados a palazos e injusticias, todas las infancias arrancadas, todas las manos marginales del mundo, todas se unieron en un puño cerrado que golpeó con la fiereza de los animales acorralados, en el corazón mismo del imperio del capital asesino, la tecnología aniquiladora y el progreso hambreador, en la cara misma de ese monstruo ordenador de destinos, de suertes, de vida y muerte. Una piña bestial en el cerebro del sistema que reparte miserias por el mundo, un desacato impensado en el circo central de esta Nueva Roma que decide a cada momento el destino de todos los hombres, un gancho rebelde, un alarido de furia que surgió desde las entrañas mismas de los condenados a pasar sin sentido por la vida, un espasmo de revancha, tantas veces postergada...
Este martes 11 de septiembre, este martes increíble, que nadie creyó poder vivir nunca, está aquí, en vivo y en directo. Nueva Roma ya está.
Desde los satélites llegan esas imágenes inverosímiles. El punto máximo de desarrollo tecnológico al que ha llegado el hombre, este sistema de comunicación y control global e instantáneo lleva ahora, a todos los hogares del mundo, estas noticias de guerra.
El fuego devora esos edificios en Nueva York. Es casi una broma macabra: las últimas tecnologías no pueden hacer nada frente a la primera de todas las tecnologías, el fuego.
Otra vez, una vez más, la vieja lección nunca aprendida, siempre sistemáticamente negada, una y otra vez: la realidad mostrándonos el sinsentido de nuestras absurdas proyecciones idealizadas.
¿Acaso el Titanic no era inhundible, máximo exponente del racionalismo científico, edén de todas las altas tecnologías, el último avance? Pero ese avance chocó con un cubito gigante que flotaba en el mar. ¿Acaso la división del átomo no marcaría el comienzo de una nueva era de progreso constante, eterno, definitivo? Ciento cuarenta mil japoneses se convirtieron en cenizas, en un instante, saludando la llegada de esa nueva era. ¿Acaso la primera guerra mundial no fue la guerra que "acabaría con todas las guerras"? Quince milones de personas se sacrificaron para preparar el terreno de la siguiente guerra... ¿Acaso la ciencia no triunfaría, tarde o temprano, sobre los misterios de la naturaleza? Chernobyl dejó radioactiva esa idea... Y acaso, y acaso, y acaso...
Los ejemplos, aquí también, podrían ser miles... ¿para qué seguir? Acaso todo el siglo XX no haya sido más que un ejemplo burdo, nefasto, del sinsentido demencial al que se ha largado el "hombre moderno". Acaso toda la historia de esas falacias atroces llamadas progreso, civilización y desarrollo no sea más que la historia de los peores
valores de decadencia a los que ha llegado el ser humano, siguiendo la proa de un rumbo extraviado hacia un "más allá" quimérico y absurdo.
Pero ya está.
Sin saber en verdad quién y porqué fue (porque eso equivaldría a admitir la enorme cuota de culpa que el propio gobierno de los EEUU tiene en la patética historia conocida como "terrorismo mundial"), sin dar a conocer nunca las causas verdaderas de este golpe demencial, o fabricando las pruebas que lo justifiquen, ahora vendrá el tiempo de la represalia.
Será en nombre de las mismas hipocrecías de siempre: la libertad, la democracia, la justicia, la paz, o cualquier otro argumento cínico de los que los poderosos hechan mano cada vez que deben aplastar a los que no aceptan su hegemonía.
¿Con qué argumento disfrazarán ahora, para esa "opinión pública" que manejan a su antojo, su venganza? Porque lo que vendrá ahora será o bien una monstruosa hipocrecía o una monstruosa venganza, pero nunca justicia.
Porque aunque sea una venganza (descartando en principio las horrorosas implicancias de presuponer un auto-atentado, y aún en el supuesto de que la venganza es -en el fondo- un sentimiento noble), lo que los EEUU se niegan a ver, se niegan a entender, es que la venganza siempre generará nuevas venganzas.
¿Y qué importa que Afganistán, o cualquiera que deba ser hoy el chivo expiatorio, deje de existir, barrido del mapa por todos los ejércitos y todas las tecnologías unidas del "mundo civilizado"? Siempre habrá un grito irracional que destrozará la Razón, siempre habrá un odio nuevo que destruirá la absurda parodia del Orden, siempre la selva se devorará con su misterio las paredes de los eternos edificios, siempre habrá un mono con una navaja, siempre habrá una fuga de todos los sistemas perversos de control, siempre habrá un loco con un tramontina que destroce, con el arma indestructible de su voluntad -el gran misterio-, los castillos de naipes que el idealismo va construyendo por todas partes, en la absurda afirmación de un sentido equivocado y fatal.
¿Cuántas veces será necesario golpearse la cabeza contra las mismas alucinaciones? ¿Cuándo parará esta carrera de chiflados que viaja a toda velocidad hacia el abismo de la nada? ¿Cuántas víctimas más costará mantener vivo sobre el mundo el patético espectáculo de la explotación del hombre por el hombre?
No lo saben, no lo quieren saber, no lo admitirán nunca, para no tener que dejar de alimentar, generación tras generación, a este sistema de vida que les da poder ilimitado a unos pocos por sobre el sufrimiento agobiante de las mayorías.
Pero hay algo que sí saben, hay ahora una certeza que les recorre el cuerpo y se hace carne en sus corazones, una certeza que ha llegado a todo el mundo, en directo por las pantallas de los televisores: saben que han sido derrotados. Saben que nunca podrán ganar. Saben que su batalla demencial siempre estuvo perdida de antemano, porque su enemigo es indestructible, porque su enemigo son sus propios fantasmas, su propia e irremediable decadencia. Porque el universo que sueñan controlar es (y será siempre) un caos desconocido, incontrolable. Porque nunca podrán ponerle un chaleco de fuerza a los instintos vitales. Porque las pasiones son eternas, invencibles, y siempre se escapan del control.
Todo este sistema convivencial, esta parodia, este teatro absurdo, se viene abajo con cada llamado de la selva, con cada grito de rebeldía, con el simple argumento de que siempre, en algún lugar, hay alguien que dice no.
Vendrá ahora, quizás, el largo período del super-control militarizado, la paranoia del espionaje y la seguridad constantes.
Los EEUU y sus miserables aliados, entre los que se enfilarán, sin duda, nuestros gobernantes y su corte de parásitos, arrasarán, ahora, con todos los derechos y todas las dignidades, en nombre de su propia salvación. Vendrá ahora, quizás, la irrazonable justificación del gasto de miles y miles de millones para montar proyectos faraónicos como la "guerra de galaxias", con un escudo satelital anti-misiles...
Pero ahora saben que cualquier día, desde la oscuridad, desde la ignorancia, desde el hambre, desde la miseria, vendrá un árabe montado a caballo sobre sus propios satétiles, armado con una tijerita china, y con un alarido de venganza les tirará el escudo de misiles en su propio patio, en sus propias cabezas...
Este es, ni más ni menos, el maravilloso ejemplo que nos ha dejado este martes de locura, este martes 11 de septiembre, este martes increíble, que nadie creyó poder vivir nunca, pero que está aquí, entre nosotros, en vivo y en directo.
La historia se repetirá, una vez más. George Bush o Tomás de Torquemada, no importa quién, los inquisidores traerán otra vez la inquisición. Será ahora "la civilización del bien" contra la "civilización del mal", como antes, como casi siempre, como contra los indígenas, o los moros, o los judíos, o los comunistas. Pero será, en el fondo, más de lo mismo. La locura de dominación criminal, la locura de los poderosos, no podrá tapar nunca las verdades desnudas: querrán disfrazar de moral una lucha de poder. Y no podrán.
¿Qué importa quién represente el "bien" y quién el "mal"? Los fanatismos demenciales no distinguen las verdaderas causas de los hechos. El dios Alá o el dios Progreso exigen los mismos sacrificios, los mismos mártires. Todos creerán tener razón, y finalmente todos se destrozarán.
Dirán que es por justicia, pero es, en el fondo, sólo por petróleo. Dirán que es por la paz, pero es por mantener un poder arrancado a golpes de injusticias.
La historia de esta civilización de dementes, la historia del capitalismo, la historia del triunfo de los sinsentidos, no es otra cosa que la historia de cuerpos reprimidos y destrozados, de torturas y martirios, de castigos, dolores, prohibiciones y sacrificios, de sangre y vísceras...
Pero detrás de los cuerpos, a pesar de los cuerpos, y por encima del dolor de los cuerpos (cuya sangre, en todo tiempo y lugar, fue siempre del mismo color) están los símbolos, nos quedan nada más que los símbolos.
Alguna vez llegará, quizás, el día en que los cuerpos, los maravillosos y misteriosos cuerpos de los seres vivos, sean lo único sagrado sobre la tierra. Pero en este presente de locos, en este sistema social insano, sólo es sagrado el capital, el progreso, la propiedad, el poder y el dinero, y los cuerpos siguen cayendo, uno tras otro, destrozados...
Por eso nos quedan los símbolos, nada más que los símbolos.
Y el símbolo más profundo de este martes, el símbolo escencial será, para mí, inolvidable.
Fue sólo un momento, duró sólo un pequeño instante. Yo creí (como acaso todos creímos), mientras estaban llegando las imágenes en directo, que no eran sólo unos edificios lo que veía derrumbarse. Por un breve, brevíusimo instante, sentí que toda la civilización podía arrancar de cero, que toda la historia podía barajar las cartas y dar de nuevo, que toda la monstruosa cadena de mentiras acumuladas durante siglos y siglos se derretía, de un golpe, en el aire... Sentí, por un mágico instante, que volvíamos a estar en el principio de todo, que era posible volver a los pantanos, a las cuevas, a las selvas, a las cavernas, que toda la historia podía escribirse de nuevo, que podíamos volver a nacer...
Por un pequeño instante, por un brevísimo momento, toda la moral del mundo se derrumbó. Todos nuestros disfraces se cayeron. Tuve ganas de salir corriendo a buscar un amigo y una botella de vino.
Fueron símbolos. Símbolos de un martes terrible que también pudo ser (y fue) un martes de enseñanzas salvajes, un martes de patéticas lecciones, un día para recuperar el sabor perdido de una primitiva felicidad humana, ya lejana, oculta en lo profundo de nuestro ser, tapada por viejas y ruinosas pieles de moral, miedo y cultura...
Una felicidad antigua y reprimida, que por un breve, brevísimo momento emergió con fuerza para gritar y luego desvanecerse...
¡Qué hermoso es ver caer, desde la cima del progreso, la moral del mundo a pedazos! ¡Qué hermoso es ver derrumbarse, en un instante, la matriz de esta pesadilla colectiva, con un avión metido en el culo!
La vida seguirá, peleando en todas partes.
La roña del mundo aún no está derrotada. La pelea continúa.
Hasta el próximo round, mis amigos.
E. S., septiembre 2001

Llamadas:
(1)
Para más datos sobre este tema, puede verse el Nº 2 de "La Mosca & El Mercado", en las notas "Mc'Drogas" y, sobre todo, "Narcotráfico de Estado", del periodista uruguayo Samuel Blixen.
(2) "En diciembre de 1989, durante la invasión a Panamá, para ahogar la resistencia de la Guardia Nacional Panameña, EEUU no vaciló en bombardear el barrio de El Chorrillo, donde habitan decenas de miles de civiles. Aún hoy no se sabe cuántos panameños murieron ni -a diferencia de las Torres Gemelas- se ha difundido ni una sola foto de El Chorrillo devastado" Carlos Gabetta, Le Monde Diplomatique edición argentina, Nº 28, octubre 2001.

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