LA MOSCA & EL MERCADO / PRESENTACIÓN






Hicimos "La Mosca & El Mercado" allá por el 2000, 2001.
Teníamos entonces la inconciencia de la aventura y los sabores del riesgo, y la falta absoluta de planes como timón de tormenta.
Teníamos entonces la guerra a flor de piel, y anunciábamos con estridencia revoluciones que nunca llegarían.
Hablábamos de cosas inmediatas, sin saber que acaso repetíamos un mandato quejumbroso y tanguero de una época lanzada hacia su límite. Amigos que bardeaban de pólitica y moral con aforismos nietzscheanos y preocupaciones vagas.
Ahora tenemos -inexorablemente- unos cuantos años más, y muchas canas más, y la extraña sensación de que esos años se desvanecieron sin sentido, perdidos en intentos de nada sobre nada y hacia nada.
Si sólo resguardáramos hechos, noticias, fragmentos del olvido, simples nociones de inmediatez, podríamos decir, con verdad: pasaron tantas cosas desde entonces...
Si sólo resguardáramos hechos, simples nociones superficiales encadenadas a impulsos primitivos de certezas, podríamos entonces registrar nuestras inmóviles estatuas de sal: las asambleas barriales y aquellas tardes de domingo en Parque Centenario (¿te acordás?), Duhalde, el corralito, los golpes con martillos de los viejos frente a los bancos blindados, el puto de Rodríguez Sáa, el default, el riesgo-país, las colas frente a las embajadas, los cinco presidentes en una semana, el tres por uno, y al final Javier asomándose a una política que yo no entendía, y yo escondiéndome en aquella pensión de Seguí para salvar el esqueleto, con poca guita en el bolsillo y los pibes aquellos con los que salvamos las pocas viejas estructuras que por todas partes ya venían cayéndose a pedazos, y con ellas salvar de la deriva mis sentidos más profundos, más ocultos, más míos.
Y después Luján nuevamente, y la historia gota a gota, soneto por soneto, piedra por piedra, escape por escape, y el barco enfilado hacia un rumbo distante y extraño, tripulado por el fuego de aquella piba de Mercedes...
Entonces (creo) éramos más serios que ahora, y menos dolidos.
Todavía no habíamos sido capturados por la aliteración obscena de los mensajes de texto del sin-espacio y el sin-tiempo, ni por la resignación cobarde del enjaulado. Internet no era aún para nosotros este mandato ordenador de nuestras grietas y nuestros descontentos.
La mayoría de los amigos de entonces se perdieron en un limbo.
Las últimas noticias de la derrota siguieron su marcha, infructuosas, incesantes, girando alrededor de los mismos abismos, incólumes, haciendo de cuenta que nada pasaba, que todo era normal y cotidiano. Afganistán, Irak, Al Qaeda, Blumberg, Tinelli, Bush, Guantánamo, Bin Laden, Duhalde, el codificado de los domingos, Clarín y Telenoche... todo con la misma cara de póker de los presentadores de los noticieros y los vecinos de tu cuadra.
Pasaron siete años como siete letanías, y siempre intentando (sin ganas) volver a editar aquella revista, aquel jolgorio de quejas, aquellas pastillas contra el aburrimiento...
Entonces teníamos ganas, desconfianza, vanidad, carácter.
Nos enorgullecimos entonces con cada gesto, con cada palabra de aliento, con cada aceptación.
Ahora tenemos más certezas, o acaso las mismas más hondas, más altas, más claras.
Entonces teníamos la decisión y el tiempo. Podíamos esperar, podíamos esperar a des-esperarnos.
Ahora el hielo de esta congeladora comenzó a descongelarse.










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15 mayo, 2010

PASIÓN POR DEBATIR (2): La respuesta al Profesor C.




Tábula Rata

Luján, junio / julio 2009.-


Estimado Profesor C.:



Para empezar, la famosa cita de Hölderlin “Lo que perdura, lo escriben los poetas” me dio el valor de manifestar en forma general (en forma de prefacio, y en forma de poema) lo primero que quiero decirle aquí, en esta contestación a la reciente nota que me enviara. Son cosas que ya dije muchas veces, y que hace largo rato vengo diciendo:



Arcadia


No tendríamos que hablar: hablar es una peste.
Aquel primer mono que pudo con gruñidos
en vez de comer decir comida,
y guardar un hueso y recordar adónde,
sigue estando entre nosotros, enfermándonos.
Para ser fatalistas, diremos que al erguirse
-quizás buscaba un fruto en algún árbol-
fue desarrollando un fatídico instrumento
que hoy se llama –según la Facultad de Medicina-
cuerdas vocales, y permite componer
veinticinco sonidos diferentes,
con todo un abanico posible de variantes.
Los simios parlantes, desde entonces,
creemos que esto –todo esto-
es algo que tiene algún sentido,
y perdemos nuestro tiempo en encontrarlo.

No tendríamos que hablar: hablar es una peste.

Una enfermedad incurable de la boca y de los dientes,
una triste e incómoda falacia.
Las palabras son órdenes; delirios; mandatos
que nos dicen u, be, zeta, jota, ene, y en vez de los impulsos
decretaron un estado en nuestra mente.

Desde el lejano I ching de los Seis Reinos, desde las migraciones
de la mesopotamia hebrea,
o desde Liebniz, quién sabe, las palabras y las letras
nos legaron este código moral binario,
que hasta un perro aprende con un par de cachetazos.
“Esto es lindo”, “esto es caca”, son conceptos morales
muy profundos, muy antiguos,
que los monos parlantes les enseñan a sus crías.
“Bien” y “Mal”, desde entonces, reglamentan
los impulsos decentes e indecentes
y es mejor -nos aseguran- que pensemos
con palabras concretas los deseos,
con palabras oficiales –amor, dolor, coger, comida, agua-
o si no conoceremos, mal que pese,
instituciones estatales –como los manicomios.

No tendríamos que hablar: hablar es una peste.



Buenos Aires, 29 de septiembre de 1996.-



…y entonces ahora, después de este singular prefacio, ya estamos de lleno en el quid del asunto que nos atañe, y podemos desmenuzar con paciencia sus implicancias. Este ingenuo poema (que descubro ahora malamente influido o subyugado por los textos de Symns, que entonces solía frecuentar) sólo venía a cuento para tratar de demostrarle a Ud. que este recurrente tema de la ética (es decir, el estudio de la moral), de la moral (es decir, el compendio, alcance y significancia socio-política de las palabras “bien” y “mal”) y del lenguaje (es decir, ese misterio…) son asuntos por los que, mal que bien, he estado interesado, implicado y relacionado desde casi mi más temprana adolescencia… Como diría Christian Ferrer, nadie ha llegado a Nietzsche de casualidad…


Así que de entrada, nomás, y presuponiendo que Derecho I o Filosofía I o similares ambos ya las hemos dejado atrás, me permito una cita un tanto extensa, pero por cierto esclarecedora. La misma se encuentra en el “Prólogo para franceses” que José Ortega y Gasset añadiera a su famoso “La rebelión de las masas” en las ediciones de 1937 y 1938. Pues parece ser que su edición original (en forma de libro en 1930, pero previamente redactado en forma de notas periodísticas entre 1926 y 1928) no fue entendida en el sentido que el autor le confió, y aún hoy (tantos años después) increíblemente sucede que las confusiones y las lecturas pre-juiciosas o directamente malintencionadas continúan dándose con llamativa facilidad, en este caso y en tantos otros, sobre todo (y muy especialmente) en aquellos autores que indagan en lo que Ud. denominó con altura “desarrollo del pensamiento humano”. Un caso paradigmático de esto que menciono es, sin duda, el mismo Friedrich Nietzsche quien (según afirmó con fundamento Andrés Sánchez Pascual) es el pensador o “filósofo” quizás más leído o renombrado de todos los tiempos, y sin embargo a la vez el más malinterpretado (y si bien nombro a Nietzsche por segunda vez en esta nota, le aseguro que intentaré hacerlo la menor cantidad de veces que me sea posible, aunque preveo que…)

La cita de Ortega dice, textual:


“Uno de los más graves errores del pensamiento ‘moderno’, cuyas salpicaduras aún padecemos, ha sido confundir la sociedad con la asociación, que es aproximadamente lo contrario de aquélla. Una sociedad no se constituye por acuerdo de las voluntades. Al revés: todo acuerdo de voluntades presupone la existencia de la sociedad, de gentes que conviven, y el acuerdo no puede consistir sino en precisar una u otra forma de esa convivencia, de esa sociedad preexistente. La idea de la sociedad como reunión contractual, por lo tanto, jurídica, es el más insensato ensayo que se ha hecho de poner la carreta delante de los bueyes. Porque el derecho, la realidad ‘derecho’ –no las ideas de él del filósofo, jurista o demagogo-, es, si se me tolera la expresión barroca, secreción espontánea de la sociedad, y no puede ser otra cosa. Querer que el derecho rija las relaciones entre seres que previamente no viven en efectiva sociedad, me parece –y perdóneseme la insolencia- tener una idea bastante confusa y ridícula de lo que el derecho es.”
“No debe extrañar, por otra parte, la preponderancia de esa opinión confusa y ridícula sobre el derecho, porque una de las máximas desdichas del tiempo es que, al topar las gentes de Occidente con los terribles conflictos públicos del presente, se han encontrado pertrechadas con un utillaje arcaico y torpísimo de nociones sobre lo que es sociedad, colectividad, individuo, usos, ley, justicia, revolución, etc. Buena parte del azoramiento actual proviene de la incongruencia entre la perfección de nuestras ideas sobre los fenómenos físicos y el retraso escandaloso de las ‘ciencias morales’. El ministro, el profesor, el físico ilustre y el novelista suelen tener de esas cosas conceptos dignos de un barbero suburbano. ¿No es perfectamente natural que sea el barbero suburbano quien dé la tonalidad al tiempo?”


Asi que, pues, no siendo Ud. un barbero suburbano (como bien lo demuestra el currículum que me adjuntara a su nota) convengamos, como punto en cuestión, que la absoluta carencia de estudio y profundización en cuestiones morales se manifiesta ya no sólo en nuestras actuales academias, universidades, medios de comunicación, arena política, instituciones civiles y/o estatales, gobiernos, etc, sino que se ha llegado a considerar en forma general que ciertos temas (no por casualidad, los más importantes y profundos) son inabarcables, in-abordables o directamente tabúes, “resguardados” acaso en derechos individuales que no conviene de ningún modo avasallar, o materia exclusiva de ciertos ratones de biblioteca, bichos raros que aún hoy insisten en arruinar las sobremesas o los ámbitos laborales. Y si bien no soy ni he conocido nunca ningún caso viviente de ese “mostrorum artifex” que Tomás de Aquino menciona con el nombre de “tábula rasa”, estoy convencido de no ser tampoco el caso contrapuesto, un “tábula rata”. Pero algún libro agarré, por cierto, aunque reconozco haber andado poco (o no tanto como me hubiese gustado) por las bibliotecas…

En fin, creo que desde muy chico algo en mí, misteriosamente, siempre se negó a considerar las cosas a primeras, como suelen ser dadas habitualmente, y aceptadas habitualmente. Ese algo me llevó siempre (y ahora, en este recodo particular del camino, puedo mirar hacia atrás ciertamente confortado) a una búsqueda continua, a un indagar y husmear muchas veces sin brújula en estas cuestiones morales, a un sospechar constante de jerarquías establecidas y razones autoritarias, y a un muchas veces des-esperado aprehender (tiene razón Ud, aprehender es también agarrar, tomar con las garras…)

(Creo haber sido siempre -y aún ser- un modesto buceador de estas aguas… Me sería grato que Ud. me considerara así, pues ése algo que le menciono detestó siempre, también acaso en forma misteriosa, esas figuras socialmente aceptadas del saber académico y moral: el “filósofo”, el “maestro”, el “intelectual”, el “escritor”, el “sacerdote”… Guardianes pseudo-militares de saberes secretos que quedan también “resguardados” bajo siete llaves… Figuras policiales de una cultura hondamente arrasada hasta su médula por aquello que el propio Ortega y Gasset llamara “la barbarie del especialismo”. Lejos estoy, le aseguro, de ser siquiera un bosquejo de dichas figuras, sino más bien todo lo contrario. Acaso, mínimamente, un emboscado o apenas, quizás, un miliciano de alguna remota causa ya perdida... ¿Leyó Ud. “La emboscadura” del filósofo alemán Ernst Jünger? Allí supe encontrarme gratamente a mí mismo una tarde, de pura ¿casualidad?...)

De lo que sí estoy convencido, Profesor, es que el silencio imperante en dichas cuestiones no es respeto a las libertades o a las creencias individuales: es ignorancia lisa y llana.

Y en estas cuestiones, además, arriesgo un axioma: la inteligencia que se ofende no es inteligencia.

Por lo tanto, todo esto habla bien de nuestros (modestos) debates: son algo de ruido en el silencio moral de nuestra época, en su vacío tantas veces indigno.

Y si bien le agradezco en tal sentido el envío de su nota, no puedo dejar pasar ciertos puntos de la misma que considero erróneos (para usar un calificativo que al menos lo disculpa un tanto) sin contestarle hasta donde me dé mi intelecto, que evidentemente no tuvo la suerte de aleccionarse en las seguramente confortables aulas de los institutos católicos, y debió (como pudo) abrirse camino en las incómodas dependencias estatales de una universidad pública, y en los trasnochados bares de las cercanías.

Y si bien es mucha mi tentación de explayarme largamente sobre nuestras cosmovisiones antípodas (pues siempre el todo es más que las partes que lo conforman, y siempre, siempre, estos debates son ideológicos) la eludiré, e iré contestando sólo parte por parte, para no demorarlo demasiado.

(Releo el párrafo anterior y caigo en la cuenta de que no podré avanzar, mal que pese, sin insertar aquí las primeras citas nietzscheanas, pues, me pregunto, ¿a qué “todo” me estoy refiriendo? ¿acaso me estaré refiriendo a esa “naturaleza” que sería, según Ud. lo manifiesta pour la galerie, el origen y la causa prima del significado de “bien” y “mal”?)

La primera de las citas que le propongo es contundente, y dice:


“¿Qué puede ser únicamente nuestra doctrina?
Esto: que nadie atribuya al hombre sus propias cualidades, ni Dios, ni la sociedad, ni sus padres y antepasados, ni él mismo.
Nadie es responsable del hecho de existir, de estar constituido de este o del otro modo, de encontrarse en esta situación, en este ambiente.
La fatalidad de su existir no se puede desligar de la fatalidad de todo lo que fue y será.
No es la consecuencia de una intención suya propia, de una voluntad, de un fin; con él no se ha hecho la tentativa de llegar a un ideal de hombre, o a un ideal de felicidad, o a un ideal de moralidad; es absurdo el querer desviar el propio ser hacia cualquier fin. Nosotros hemos inventado el concepto de fin: en la realidad falta el fin...; somos cosas necesarias, somos un fragmento de fatalidad, formamos parte del todo, estamos en el Todo; no hay nada que pueda dirigir, medir, confrontar, condenar nuestro ser, pues esto significaría purgar, medir, confrontar, condenar el Todo... ¡Nada hay fuera del Todo!
El hecho de que nadie sea ya responsable, de que el modo de ser no pueda reducirse a una causa primera, que el mundo no sea una unidad, ni como ‘sensorio’ ni como espíritu –este hecho precisamente es la gran liberación..., el concepto de Dios fue la primera gran objeción contra la existencia... Nosotros negamos a Dios, negamos la responsabilidad al negar a Dios: sólo de este modo redimimos al mundo.”


¡El modo de ser no puede reducirse a una causa primera! Aquí aparece un punto clave de nuestro debate, esta “causa” que genera tantos interrogantes… Así que sobre dicho punto, mejor aún, por si hace falta, le propongo esta otra cita donde lo manifiesta mucho más claro y conciso (¿y cómo se podría ser más claro y conciso?) que es su lapidaria contestación al estoico “vivere secundum naturam”, en su aforismo 9 de su “Mas allá del bien y del mal” (1886). Le recomiendo su lectura en voz alta.

¿Queréis vivir “según la naturaleza”? ¡Oh nobles estoicos, qué embuste de palabras! Imaginaos un ser como la naturaleza, que es derrochadora sin medida, indiferente sin medida, que carece de intenciones y miramientos, de piedad y justicia, que es feraz y estéril e incierta al mismo tiempo, imaginaos la indiferencia misma como poder -¿cómo podríais vivir vosotros según esa indiferencia? Vivir -¿no es cabalmente un querer-ser-distinto de esa naturaleza? ¿Vivir no es evaluar, preferir, ser injusto, ser ilimitado, querer-ser-diferente? Y suponiendo que vuestro imperativo “vivir según la naturaleza” signifique en el fondo lo mismo que “vivir según la vida” -¿cómo podrías no vivir así? ¿Para qué convertir en un principio aquello que vosotros mismos sois y tenéis que ser? –En verdad, las cosas son completamente distintas: ¡mientras simuláis leer embelesados el canon de vuestra ley en la naturaleza, lo que queréis es algo opuesto, vosotros extraños comediantes y engañadores de vosotros mismos! Vuestro orgullo quiere prescribir e incorporar a la naturaleza, incluso a la naturaleza, vuestra moral, vuestro ideal, vosotros exigís que ella sea naturaleza “según la Estoa”, y quisierais hacer que toda existencia existiese tan sólo a imagen vuestra -¡cual una gigantesca y eterna glorificación y generalización del estoicismo! Pese a todo vuestro amor a la verdad, os coaccionáis a vosotros mismos, sin embargo, durante tanto tiempo, tan obstinadamente, con tal fijeza hipnótica, a ver la naturaleza de un modo falso, es decir, de un modo estoico, que ya no sois capaces de verla de otro modo, -y una cierta soberbia abismal acaba infundiéndoos incluso la insensata esperanza de que, porque vosotros sepáis tiranizaros a vosotros mismos –estoicismo es tiranía de sí mismo-, también la naturaleza se deja tiranizar; ¿no es, en efecto, el estoico un fragmento de la naturaleza?... Pero ésta es una historia vieja, eterna: lo que en aquel tiempo ocurrió con los estoicos sigue ocurriendo hoy tan pronto como una filosofía comienza a creer en sí misma. Ella crea siempre el mundo a su imagen y semejanza, no puede actuar de otro modo; la filosofía es ese instinto tiránico mismo, la más espiritual voluntad de poder, de “crear el mundo”, de ser causa prima.”


Por lo tanto lo que quiero decirle es (de un “fragmento de fatalidad” o un “fragmento de naturaleza” a otro, o si lo prefiere, “de hombre a hombre”) que, cuando se discuten estas cuestiones, uno se aferra a lo que cree que sabe, o peor aún, a lo que siente que sabe, pero para no caer en la impostura, debemos apelar siempre a dos cuestiones fundamentales (obviando el hecho de leer, claro, o al menos no dejar nunca de indagar en preguntas), que son, en primer lugar, la honestidad intelectual, y en segundo lugar, la genealogía. Pues no hay mejor recurso que la genealogía para profundizar en estas cuestiones, ése indagar en el origen de las palabras, para descubrir así los cambios (e inversiones radicales, las más de las veces) que las mismas sufrieran según las épocas, las culturas, las migraciones, la movilidad social o las conveniencias políticas, y que nos marcan claramente qué concepción de mundo hay detrás de ellas, en cada caso en cuestión. La genealogía, que antes era materia principalísima de estudio en las universidades y hoy se encuentra en absoluto desuso (y no por casualidad, claro está…) Así, cuando uno se adentra en estos debates, tarde o temprano la señora genealogía aparece, invariablemente. Es sólo cuestión de esperar. Y debo confesarle que, mientras avanzaba en la lectura de su nota, no pude contener una risa un tanto maliciosa cuando llegué a su manifestación “debemos decir y afirmar que el origen del término bien y mal, tienen su origen en los términos natural y antinatural” (sic). ¡Sí, era cuestión de esperar, que el anzuelo genealógico nunca sale del agua de estos debates sin algún pescado! ¡”bien” y “mal” como “natural” y “antinatural”! ¡Sancta simplícitas!

¡Señor Profesor C., allí están, al alcance de su mano, los tres tratados del extraordinario “La Genealogía de la Moral” de Friedrich Nietzsche, el libro considerado “más duro” y “más difícil” para espíritus de planicie, pues dice verdades duras como piedras! Allí está, sin dudas, la mejor referencia para demostrarle a Ud. que precisamente los términos “bien” y “mal” en todas las lenguas hindo-europeas (y las variantes de sus trascendentales derivados “maldad”, “bondad”, “buena y mala conciencia”, “culpa” “responsabilidad”, etc.) derivan de ambivalencia de jerarquías entre los seres humanos: ¡“bien” era –originalmente- “bueno” en el sentido de “superior” o “señor”! ¡malo era todo lo referido a “vulgo” o “inferior”! En alemán, precisamente, “malo” (schletch) y “bueno” (gut, que derivó en el anglosajón “good” y a la vez enraiza con “God” -Dios) respondían a cualidades humanas –de superioridad e inferioridad, en orden clasista-, ¡pero cualidades humanas al fin! y “culpa” (luego “mala conciencia”) es de raíz idéntica a “tener deudas” (ambas son schuld) ¡y es verdaderamente revelador todo lo que de allí se deriva! (ni más ni menos que la reinterpretación de toda la base de nuestra filosofía jurídica, de nuestro romano jus y lex…)


Léalo, se lo suplico. Pues confundir como Ud. hace los términos “bien”, “mal”, “natural”, “antinatural”, “justo” e “injusto”, mezclándolos en una coctelera así sin más, hace necesario que le sugiera, mal que pese, que se tome su debido tiempo en repasar con mayor profundidad estas cuestiones, por la innegable importancia que estos ingredientes poseen. Pues su batido, al primer trago, produce un efecto un tanto narcotizador y un tanto ruborizante… Y si toma mucho de éso, amigo, podría perder su paladar, y caer en el vicio del nihilismo…

Y si lo lee como tal libro se merece, le aseguro que me agradaría poder seguir profundizando con Ud., siempre que lo hagamos con honestidad intelectual, en todo lo mucho que allí se manifiesta y puede seguir desarrollándose…


Pero eso sí: evitemos desde ya, por pudor, el simplismo de “blanco”, “negro”, “gracia” y “pecado”, pues yo no me atrevo a sumergirme allí, en esas aguas repletas de tiburones que llevan en sus fauces el símbolo de la tríada cosmogónica “hombre-tierra-cosmos”, aquel que el Genghis Khan llevara en su cuello… (Ud. sabrá cuál es…)


Así que volvamos a lo nuestro. La genealogía, decía. Porque, en definitiva, como bien menciona el español Carlos Muñóz Gutiérrez en su trabajo “Tener un mundo, hacer un mundo” (y piense en los alcances de ese excelente título, en referencia a lo que venimos discurriendo), si pudiéramos resumir brevemente cuál es la labor de Nietzsche, cuál ha sido el aporte que distinguió su obra no como “una más” sino acaso como la más importante en toda la historia del pensamiento humano (al punto que llevó a hacer decir a Heidegger que “la historia comenzó con Sócrates y culminó con Nietzsche”, o a considerársela asimismo como uno de los tres pilares en los que se asentó todo el pensamiento moderno, junto a la de Freud y Marx, o que llevara a considerar a Nietzsche -como hizo Paul Ricoeur- como uno de los “tres maestros de la sospecha”, junto a los otros dos mencionados antes), esa labor estaría (mínimamente) bien resumida así:


“Uno de los pilares fundamentales de su filosofía: el análisis geneálogico. Comprender de dónde vienen nuestros conceptos mejor asentados, nuestras creencias más firmes y nuestros valores le servirá a Nietzsche, y a toda la filosofía posterior, para sospechar de la idea de mundo, y de todo lo contenido o realizado en él, que desde los griegos se había difundido entre las sociedades occidentales determinándolas por completo. Porque es indudable que de cómo conceptualicemos el mundo y nuestra relación con él, dependerán todas nuestras relaciones sociales, productivas, económicas, científicas y vitales.”


Y también este español aporta, comentando aquel concepto nietzscheano de “verdad” que Ud. trajo a colación en su nota con su media cita de “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” (aquel maravilloso trabajo de la juventud de nuestro Federico Guillermo), aquel concepto que se expresa entero, según creo, en este siguiente párrafo de dicho libro:


"¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se han olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal".


…aporta sobre el mismo, decía, un correcto resumen, que es de interés para nuestro tema.

Dice en concreto Muñóz Gutiérrez:


“El punto de partida de Nietzsche es considerar la capacidad intelectual del ser humano, es decir, su inteligencia, como una herramienta adaptativa. Esta idea es hoy la base de la ciencia cognitiva contemporánea, que después de haber tratado con distintos modelos de inteligencia, ha llegado a esta consideración por ser la única actualmente productiva.
Efectivamente, sólo desde una posición evolucionista, en la que la inteligencia humana ha llegado a ser la principal herramienta para la supervivencia del ser humano, podemos analizar el conocimiento, y su objetivo, la verdad, sin caer en pretensiones ontológicas que no han podido escapar a la duda y al escepticismo. El conocimiento es el medio del que dispone la especie humana para representarse el mundo en el que vive, como bien ve Nietzsche. Resulta extrapolable, pero bien fundado, pensar que toda entidad existente necesita alguna representación del mundo o de aquello que le resulta de interés para su supervivencia en el mundo; pero, en el caso del ser humano, que no tiene cuernos, o afilada dentadura, que posee un repertorio de instintos limitado, porque para el hombre el mundo es cambiante y requiere un aprendizaje continuo, el conocimiento inteligente es su único recurso para atrapar en símbolos un mundo variado y cambiante que le permitan predecir el futuro, recordar las experiencias pasadas y colocarse ante el acontecer de las cosas en una posición ventajosa. Según Nietzsche esto lo consigue fingiendo, pero ¿por qué fingiendo? Sin duda el fingimiento lo detecta en esa tendencia que encuentra Nietzsche en el hombre hacia la verdad. En este sentido, la crítica nietzscheana se dirige a todo un planteamiento objetivista y representacionalista heredado de Descartes, pero no ausente tampoco en la filosofía anterior. El hombre finge al creer que hay un mundo dado independiente del sujeto, que puede lograr una descripción correcta del mismo y que la corrección de esa descripción del mundo pasa por la correspondencia entre pensamiento y realidad. El hombre se engaña en el punto en que considera que existe una verdad que la propia realidad valida. Y fingirá también cuando, una vez construida la verdadera descripción del mundo, olvide que es una mera construcción. Para desmontar la visión objetivista imperante en la historia del pensamiento, Nietzsche revisa el lenguaje porque es en él donde reside la construcción del mundo. "¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?", se pregunta el autor. El lenguaje, aunque más bien deberíamos matizar y ampliarlo a toda nuestra actividad conceptual, que efectivamente se funda en un mecanismo de olvido -pensar es olvidar las diferencias, decía Borges- organiza el mundo en géneros, categoriza los objetos en función de las necesidades humanas y construye un mundo agrupando y ordenando su contenido en función de preferencias humanas encontradas en ciertas propiedades de las cosas. Una breve reflexión de lingüística comparada sirve a Nietzsche para apoyar esta idea: "Los diferentes lenguajes, comparados unos con otros, ponen en evidencia que con las palabras jamás se llega a la verdad ni a una expresión adecuada pues, en caso contrario, no habría tantos lenguajes."


Por eso, y siguiendo el pensamiento de Muñóz Gutiérrez surge de aquí un breve, conciso y magnífico resumen de todo lo que hemos venido discutiendo Ud. y yo, y que concluye en que:


"Todo lo que eleva al hombre por encima del animal depende de esa capacidad de volatilizar las metáforas intuitivas en un esquema; en suma, de la capacidad de disolver una figura en un concepto. En el ámbito de esos esquemas es posible algo que jamás podría conseguirse bajo las primitivas impresiones intuitivas: construir un orden piramidal por castas y grados; instituir un mundo nuevo de leyes, privilegios, subordinaciones y delimitaciones, que ahora se contrapone al otro mundo de las primitivas impresiones intuitivas como lo más firme, lo más general, lo mejor conocido y lo más humano y, por tanto, como una instancia reguladora e imperativa. Este es el mecanismo de nuestra posesión de un mundo y éste es su riesgo. Nuestros valores y normas, nuestras instituciones y leyes, nuestra ciencia y sus principios, nuestras creencias y conductas proceden de nuestro esfuerzo por comprender lo que nos rodea y por comprendernos a nosotros mismos. Pensar que hay algo independiente de este proceso por el cual "tenemos un mundo", que lo fundamente y lo valide, tiene como consecuencia preservar privilegios y ubicaciones, generar órdenes y reglas inamovibles, en general, pensar un mundo estático y dado de una vez para siempre. Pero si debemos aprender es porque el mundo no está etiquetado ni dado de una vez por todas, o, si se prefiere, porque el mundo se nos presenta de esta manera debemos aprender, es decir, usar nuestra inteligencia para adaptarnos a la novedad y al cambio, para producir nuevas conductas, para revisar nuestro propio proceso de comprensión, es decir, para dudar. ¿Acaso toda transformación científica o política, económica o educativa, social o personal, no se ha iniciado en una recategorización de las cosas? ¿Acaso cuando nos vemos sometidos no decimos: 'yo no soy de esos', o 'nosotros no somos así', o tal vez 'ellos son como nosotros'? Por eso Nietzsche se identifica con el niño que tiene que iniciar su proceso de tener un mundo, de crear valores y normas, aun a costa de derribar lo existente. ¿Significa esta posición un puro nihilismo, un quebrantamiento de la posibilidad de acceder a la verdad, o de distinguir lo verdadero de lo falso? ¿Es una consecuencia inevitable de esta postura la igualación de los discursos, el relativismo, el escepticismo radical?
Sin duda no, la filosofía nietzscheana o la posición experiencialista de la semántica cognitiva no termina en la medianoche cuando el hombre quiere perecer ante el vacío abierto en la aceptación de la 'muerte de Dios', o lo que es lo mismo, ante 'el impulso hacia la construcción de metáforas'. Al contrario, sólo desde el nihilismo puede salirse de él, transvalorar todos los valores. Tenemos que reconsiderar nuestros conceptos de razón, de verdad, de significado y ampliarlos para que puedan acoger la complejidad que contienen, los procesos que los elaboran y las relaciones entre hombre y mundo que encierran. Abandonar el realismo, el representacionalismo ingenuo y el objetivismo no conlleva necesariamente el relativismo radical. Solamente nos alerta de que nuestros conceptos exteriorizados para definir ciencia, verdad, significado o conocimiento deben sufrir una modificación para ajustarlos mejor a los propósitos que contienen y que no desaparecen en ningún caso.
La razón surge de la naturaleza de nuestro cerebro, del cuerpo y de la experiencia corporal. Los mismos mecanismos neurales y cognitivos que nos permiten percibir y movernos, también crean nuestro sistema conceptual y nuestros métodos racionales.
La razón es evolutiva, en el sentido de que la razón abstracta se construye sobre y hace uso de las formas de la percepción y de la inferencia motora que están presentes también en los animales "inferiores". Así la razón no es una esencia que nos separa del resto de los seres vivos, sino que, al contrario, nos sitúa en un continuum con ellos.
La razón no es universal en el sentido transcendente, no es parte de la estructura del universo. Es universal, a lo sumo, en tanto que es una capacidad que comparten todos los seres humanos, porque disponemos de cuerpos que se sitúan, perciben, se mueven y tratan de forma parecida el medio que habitan, y, en consecuencia, desarrollamos nuestras mentes encarnadas usando recursos comunes. La razón no es completamente consciente, sino principalmente inconsciente. El pensamiento es fundamentalmente inconsciente, no en el sentido freudiano, sino en el sentido de que opera detrás del nivel consciente, inaccesible a él y tan rápido que no podemos contemplarlo de un modo directo.
La razón no es literal, sino metafórica e imaginativa. La razón no es desapasionada, sino enlazada emocionalmente.
La mente no es simplemente un "espejo de la naturaleza", y los conceptos no son meramente "representaciones internas de la realidad externa". Como hemos visto, los conceptos reflejan la naturaleza corporal de la gente que los elabora, ya que dependen de la percepción gestáltica y de los movimientos motores y, en gran medida, son el resultado de un proceso de la imaginación humana que depende de nuestra capacidad de formar imágenes mentales, de organizar nuestro conocimiento en categorías de nivel básico y de comunicarnos.
El significado no es una cosa, un algo, sino un resultado para nosotros. Nada tiene significado en sí mismo, sino que el significado se deriva de la experiencia del funcionamiento de un determinado ser en un medio determinado.”


¡Pero todo esto lo había sabido y sintetizado ya el propio Nietzsche en “El viajero y su sombra” en (por ejemplo) sus famosos aforismos:


“Hablamos de la naturaleza, y al hacerlo nos olvidamos de nosotros mismos, pero nosotros somos también naturaleza. Por lo tanto, la naturaleza es algo totalmente distinto de lo que pensamos cuando hablamos de ella.”

"La naturaleza no conoce formas ni conceptos, ni tampoco, en consecuencia, géneros, sino solamente una X que es para nosotros inaccesible e indefinible".


y contundentemente también en aquel claro, directo y conciso


“No existen fenómenos morales, sino sólo una interpretación moral de fenómenos...”!


Asi que ya ve, estimado C., estos textos (creo) sirven para echar algo de luz en su apurada diatriba sobre qué cosa es “inteligencia”, “abstracción”, ”leyes naturales”, “leyes positivas”, “naturaleza”, y todo su largo etc… Y específicamente sirven además (sobre este último punto mencionado, que nos atañe) para demostrar que para estos pensadores (y tantos otros), la “naturaleza” es, al parecer, algo a lo que debemos referirnos con desconocimiento respetuoso y tanteos explorativos (en el mejor de los casos), con la voluntad política de imponer a los otros nuestra particular concepción o bien con la hipocresía moral de la certeza incomprobable. Ya sabemos que el mundo occidental, el mundo judeo-cristiano ha optado alternada y claramente por estas dos últimas opciones, y no es necesario a este debate o menester que Ud. lo niegue, pues creo que al respecto no importa demasiado quién tenga razón, ya que las cosas son como son, y es poco lo que ambos podemos hacer…


¡Y qué decir sobre la razón (mejor es decir “racionalidad”) como atributo sine qua non del ser humano! Yo prefiero personalmente referirme a estos temas con el debido respeto… y la debida sospecha… (hasta con la tan seria y respetuosa “Biología”, o con toda la ciencia en general…) Y con ese respeto y esas sospechas hasta me reservo de aventurar, verbigracia, si los perros hablan o no, si sus ladridos y gestos no son un lenguaje determinado, o hasta si no es posible que hablen (o desarrollen algún tipo de lenguaje más cercano a nuestras distinguidas cacofonías) en un mañana… Sólo le diré que únicamente la razón, en su angustioso quiebre espacio-temporal (indague aquí, Sr. Profesor, indague…) puede hacer que el hombre planifique asesinatos y torturas… Cosa que los perros y todos los demás animales, en su inteligencia instintiva, no saben hacer (para bien de ellos…). Pues Ud. sabe que matar es “potencia” del animal-hombre y de todos los demás animales de este mundo, que la crueldad es un instinto básico y natural (de ningún modo es algo “malo” en sí) en todos los seres vivientes, pero que torturar (es decir, la dosificación temporal del mayor dolor posible) es sólo un “atributo” racional… Y tampoco me arriesgo (por pudor) a aventurar cuánto de animal de costumbre hay y permanece en nosotros mismos, en detrimento de la raza humana… Pues el perro que menciona en su nota trae el diario por repetición de actos, es verdad, pero ¿y nosotros? ¿por qué lo solemos hacer? ¿y Ud., Sr. Profesor? ¿por qué repite cotidianamente sus actos rutinarios, sus costumbres concientes o inconcientes, sus fobias, sus manías –si las tuviese-? ¿Por superioridad racional? ¿Porque los humanos tenemos más dedos de frente que los animales?


Y también, claro, podríamos explayarnos largamente aquí sobre la razón como nefasta internalización o represión de instintos vitales, a la manera de los análisis de Freud o Lacan, pero no lo haré, para no desviarnos excesivamente del tema… (si gusta, lo invito a seguir indagando aquí, en estos temas psicológicos, Sr. Profesor, pero siempre gratis…)


¡Y fíjese además qué curioso que sea el propio Christian Ferrer quien agregue aquí otra cita! Pues hablando de animales (humanos y de los otros) y de razones ésta nos viene “al dedillo”, y la extraje de un apartado que Ferrer denominó también curiosa e irónicamente “tábula rasa”, en su extraordinario “La mecanización del cadáver. La mala suerte de los animales”, artículo que toca de cerca asimismo estos temas que nosotros intercambiamos, y que relata con gran estilo y originalidad el “vía crucis” (perdóneme el uso de esta gastada imagen religiosa) que los “humanos” hemos realizado siempre con los seres inferiores, los “animales”…


Dice Ferrer en su “tábula rasa”:


“Se diría un artículo de fe en ciencias sociales: el cuerpo se sostiene en la cultura, no en la dotación biológica. Pero si la historia se inscribe en el volumen de carne como si éste fuera un pizarrón límpido el linaje animal en el proceso evolutivo pierde su eslabón. Irónicamente, aquella tradicional negación humanística culmina ahora en numerosos sociólogos y filósofos progresistas que depositan en la biotecnología la esperanza de un cambio positivo para el destino histórico de la especie. Ya son legión: unos celebran la continuidad “irreversible” entre máquinas y hombres, y otros deliran con artefactos que reproducirían “inteligencia” y “emociones” humanas. Hastían, todos. Negada la dote de “animalitas” en el ser humano, la discontinuidad se hace abismo y entonces acorralar al resto del reino animal contra el precipicio es cuestión de tiempo. En la vida social, el “drama de la diferencia” puede conducir a la negación o la conculcación de derechos, a la tolerancia o la aceptación del ajeno, y también al reconocimiento de los atributos del “otro” que hay en “mí”. Pero estas operaciones emocionales y políticas se rarifican cuando se aborda la diferencia animal. ¿Dominio, piedad, concesión de “derechos”? La cuestión nos va a concernir únicamente cuando se asuma que la destrucción del cuerpo humano está directamente vinculada con el trato dado al resto de los seres vivientes. El boomerang retorna violentamente al brazo ejecutor. Después de todo, el ser humano bien podría ser una errata de la naturaleza, y la historia humana su persistencia fatal. Pero los animales estaban primero.”


¡”La mecanización del cadáver. La mala suerte de los animales”, de Christian Ferrer! Es verdad lo que afirma: hastían. Y dado que al parecer Ud. se interesa también por cuestiones bioéticas, quizá le sirva de ayuda encontrar este artículo entero, Profesor, en todo su magnífico desarrollo… Para hacerlo, puede consultar la revista cultural “Arte Facto”, o, para facilitarle la búsqueda, lo puede encontrar en las siempre desoladas planicies de la cyber-siberia (Solari dixit): por ejemplo, en el buscador google u otro similar introduciendo nombre de autor y texto, o directamente en la (modesta) página www.lamoscayelmercado.blogspot.com (y el chivo es también un animal…)


En fin, continuando con lo nuestro: ¡con qué ligereza se suele mencionar naturaleza, anti-naturaleza, razón, justicia, injusticia…! ¡Un mundo de barberos suburbanos éste, sin duda, donde todo es lo mismo y vale lo mismo!...


Quizá, para seguir intentando desentrañar algo de estos nudos gordianos de justicia, verdad, naturaleza, mundo, razón, inteligencia, abstracción, conocimiento, etc., que me presenta en su nota lo mejor sea, antes que recurrir al yin y al yan, seguir recurriendo a quienes ya trataron acertadamente estos temas. ¿Oyó hablar, Profesor, por ejemplo, de “la inversión del Platonismo”? Seguro que sí. Una buena síntesis sobre esto (sólo una síntesis, para no atosigarlo in extremis) la da Domingo Cía Lamana, en su trabajo “Nietzsche: La Filosofía Narrativa de la Mentira, la Metáfora y el Simulacro”, donde afirma que

“La estación de partida fue la "ilusión racionalista". Aunque el racionalismo se hunde con sus raíces en los mismos orígenes de la civilización occidental fue a partir de Descartes y el positivismo de Compte cuando se dio a la razón un poder casi ilimitado. La ilusión racionalista es esta fe ciega que nos ha llevado a creer que la razón es el único e infalible medio de acceder a la realidad, como si esto fuera posible y como si, sobre todo, ese -el conocimiento de la Verdad del Mundo- fuera su objeto. Estas creencias sobre la capacidad de la razón, para no sólo mostrar el Mundo, sino también recrearlo, modificarlo, en fin, racionalizarlo, han sido recientemente puestas en tela de juicio. No olvidemos que todas estas ilusiones decimonónicas han concluido en un siglo XX dónde la guerra, la destrucción, la desorientación y la alienación de la especie humana han estado más que nunca presentes en la pretendida nueva, próspera y feliz era de la razón. Cuando se interroga sobre los presupuestos más generales de la filosofía concluye en su carácter esencialmente moral. La Idea del Bien, por ejemplo, existe para fundar la supuesta afinidad del pensamiento con lo verdadero y para establecer entre lo verdadero y lo justo un compromiso indisociable. A partir de Platón, la práctica justa debe adecuarse a enunciados denotativos, que describen la justicia misma, su idea o su esencia y que por tanto son verdaderos. Así, si la denotación del discurso describe la justicia, es correcta, es decir, si este discurso es verdadero, la práctica social que rige es o debe ser necesariamente justa. Y es en esto en lo que Platón piensa cuando habla del filósofo-rey como legislador. La realización de lo justo se encuentra pues supeditada al discurso que dice la verdad de lo que la justicia es en sí misma, es decir, su idea o su esencia. Por esto no es posible concebir lo que es justo, al margen de la mímesis de esta esencia o idea de justicia. En otras palabras, no es posible concebirlo sino a partir de la verdad propia al modelo de justicia. Lo verdadero y lo justo se encuentran así indisociablemente ligados. Y es el carácter legitimador, de selección y exclusión que Platón asigna a la verdad lo que convierte, de acuerdo con Nietzsche, a la voluntad de verdad en voluntad de poder, y así comienza la «inversión del platonismo».”
¿Claro, no? Toda voluntad de verdad es enteramente voluntad de poder, y aplique esto al judeo-cristianismo, o a nuestro entero actual sistema de justicia, y verá su resultado… Y no agregaré más en este punto, a riesgo de transformar este módico debate en muy otra cosa. Pues como bien dijera también Nietzsche en su “Zarathustra”, “aquí me es necesario callar”


Sí le diré, en cambio, que, con respecto a la clasificación que Ud. evoca de reinos vegetales, animales y minerales (todos reinados súbditos, al parecer, del de la cruz) tampoco puedo dejar de recomendarle, si me lo permite, la lectura del ensayo “La penúltima versión de la realidad” (¡otro extraordinario título!) del libro “Discusión”, de Borges, que sería muy largo citar aquí, pero que es sumamente interesante, como todo lo del querido Jorge Francisco Isidoro Luis. Es aquel artículo donde, contestando a Korzybski, afirma “lo sospechoso de una sabiduría que se funda, no sobre un pensamiento, sino sobre una mera comodidad clasificatoria”. Y también es ineludible decir aquí que, de una vez y para siempre, Borges consiguió, con su irónico humor genial, hacernos repensar los conceptos de realidad, naturaleza, razón, ciencia, pedagogía, las clasificaciones subjetivas y hasta el conocimiento mismo en su magnífico ensayo breve “El idioma analítico de John Wilkins”, de su libro “Otras inquisiciones” (aquellas que nos convencen por pensamiento, no por tortura), texto que acaso sea una de las mejores, más claras y más profundas piezas que se hayan escrito en nuestro idioma, en todos los tiempos, y que llevara a decir, por ejemplo, a nuestro contemporáneo Federico Andahazi (preguntado al respecto en una nota periodística) que la “clasificación universal” que allí Borges le atribuye a una supuesta enciclopedia china era una de las “diez cosas” que, a su juicio, “justificaban el mundo” (junto a otras nueve que no le agregaron valor, convengamos…)


Y aquí deberá disculparme una vez más, pero no resisto la tentación de copiar dicha clasificación:

“…Estas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el Doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio Celestial de Conocimientos Benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en: a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas.”


Lo cierto es que “El idioma analítico…” es un texto inmortal, que ampliamente le recomiendo, pues allí también se discurre sobre los temas que ambos tratamos aquí (claro que infinitamente mejor…) y el propio Borges cita, al final del mismo, y con la humildad intelectual que siempre lo distinguió, a Chesterton, en otra inmortal frase sobre qué cosa es el lenguaje, y sobre la que contundentemente coincido. Véala, se la recomiendo. Quizá así consiga aislarse un tanto, Profesor, de sus particulares “ambigüedades, redundancias y deficiencias” y de su tan particular emporio celestial de conocimientos benévolos.

En fin, a Borges siempre lo tenemos a mano, ya ve, aunque no siempre nuestros docentes nos lo recomiendan, o no siempre nuestros prejuicios nos permiten abordarlo... Pero cuando por fin lo descubrimos, nos parece que aporta más conocimiento o sabiduría que tantos “filósofos” que no supieron escribir nunca un mísero soneto… Sólo “Otras inquisiciones”, por caso, contiene a mi juicio más profundidad (y felicidad) que tantos y tantos tomos… (por cierto, pensando en esto, ¡qué picardía que en Colegios como el “Nuestra Señora del Rosario” o el “Instituto Sto. Cura de Ars” no se opte por libros como éstos, en vez de decenas de tomos farragosos medievales en latín, que al agobiado alumno siempre le resta, y no le suma!).


Porque es allí, en libros como “Otras Inquisiciones”, que debiéramos refugiarnos cuando nos asaltan los misterios escenciales de nuestra vida, pues es sin duda el arte (y no la religión) lo escencialmente metafísico en el hombre, como ya (y para siempre) le contestara nuestro Nietzsche al misógino y pesimista Arturito Schopenhauer… Y por que sobre el lenguaje sólo nos queda decir, en definitiva, que toda la semiótica, la antropología, la psicología y todos los estudios sobre el origen y el significado del mismo, a pesar de sus grandes e innegables aportes, no logran desentrañar su misterio primordial… Y aunque desde infinitos saberes se lo ha abordado, no siempre los resultados han sido esclarecedores (piense que sobre tal corpus, por ejemplo, se han arriesgado muy diversas hipótesis, desde el profundo estudio de la kabbalah judía -que presupone la infalibilidad de las escrituras y arriesga una primordial teoría matemática del signo-, pasando por teorías de raíz antropológica como las de Maurice Merleau-Ponty o Claude Levi-Strauss, hasta llegar a exóticas teorías como la de nuestro Enrique Symns quien -siguiendo un razonamiento alucinógeno de William Borroughs- llegó al extremo de afirmar temerariamente que las palabras eran un virus extraterrestre implantado al animal-hombre para su dominio y auto-represión…) En fin…


Pero también podríamos afirmar que no siempre han sido esos resultados tan esclarecedores como aquellos otros intentos que buscaron desandar el camino investigativo oficial, o al menos habitual, ese que enraizó siempre (sobre todo en Occidente) el lenguaje y el saber como si éstos fuesen entidades sinónimas… Me refiero a aquellos intentos que desde otros saberes buscaron hallar el sentido (o hasta el sinsentido) del lenguaje, en toda su potencialidad poética, estética, artística y hasta medicinal, cuando no mágica, esotérica, hipnótica o nirvánica… Y qué mejor para recorrer estos caminos alternos, estas colectoras del pensamiento que sumergirse en las profundidades del surrealismo, por ejemplo, o en las vanguardias estéticas de los Siglos XIX y XX, o en obras subversivas (y geniales) como las de Antonin Artaud… ¡Y cuánto camino podríamos recorrer partiendo desde aquí! ¡Cuántos magníficos paisajes podríamos contemplar si tan sólo nos animásemos! ¡Desde Tristán Tzara a Bergson, de Mallarmé a Baudelaire, de Roberto Arlt a Kart Jaspers, de Louis Althusser a Oscar Wilde, de Emil Cioran a Charles Bukowski, del Marqués de Sade a Moupassant, de Fassbinder a Cezanne, de Pier Paolo Pasolini a Reiner María Rilke, de Flaubert al Quijote! Sólo nos restaría decir, a la manera del Rigveda hindú, aquello tan profundamente cierto de “¡cuántas auroras aún no han despuntado!”.


En verdad, el lenguaje y la razón se me han aparecido siempre, ante mi entendimiento, como manifestaciones de profundo carácter metafísico y a la vez de hondo patetismo… Pues acaso nada sea más humano (por lo frágil y magnífico, lo triste y lo sublime) que el lenguaje y la razón como maravillosos (e inútiles) instrumentos de búsqueda; mitos trágicos; tótems; bitácoras de un viaje que no ha mostrado nunca su punto de partida y su punto de final… Nada más humano, decía, que el lenguaje y la razón para mostrarnos a la criatura hombre tratando de comprender y de comunicar lo hondamente hermoso y abismal, lo hondamente fatal y misterioso del estar vivo y de ser parte del enigma que nos rodea y nos subyuga… Nada más humano que esos intentos trascendentales (que son el hecho estético, lo escencialmente artístico), que esa angustia y ese anhelo primitivo, ancestral, inmemorial… Pero Borges (siempre Borges) lo ha dicho antes y mejor, eternamente mejor:


“La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético.”


¡”La inminencia de una revelación, que no se produce”! ¿Y quién podría arriesgarse, Sr. Profesor, a tratar de convencernos de saber en qué consiste tal revelación? ¿Quién puede afirmarlo sin caer en la impostura? ¿Ud.? ¿Los panegiristas de las religiones? ¿El estudio teológico? ¿Una religión determinada? ¿”Dios”? ¿Quién?


¡El arte es lo esencialmente metafísico en el hombre, Sr. Profesor! ¡El arte desde siempre!


¿Y acaso hará falta traer a colación también aquí a “El mundo como voluntad y como representación” o al “Parerga und Paralipomena” del mencionado Arthur Schopenhauer, para comprender que el ser únicamente puede ser abordado desde la voluntad, nunca desde el “acto” o la “potencia”? ¿o al “Vigilar y castigar” de Paul Michel Focault, o a toda la magnífica obra del griego Cornelius Castoriadis, donde entendemos (¡por fin!) que detrás de toda palabra aparece desnuda la ideología dominante, ya sea ésta una moral determinada, una creencia especifica o una religión? ¿o al “Ser y Tiempo” de Martin Heidegger, para enterarnos que el mundo (y la historia) sólo son construcciones simbólicas y consecuentes “deconstrucciones”?, ¿o al “El ser y la nada” de Jean Paul Sartre, para comprender el existencialismo como un abordaje superador de estas cuestiones que nos ocupan? ¡Ojalá fuese así! Pero sólo le hablaré de algunos otros autores, como Gilles Deleuze, para no extenderme en demasía, y por que además estoy seguro que Ud, que me recomienda con énfasis y generosidad que “agarre los libros”, me disculpará (habiéndolos ya leído como seguramente los leyó), que discurra en estos temas con poca o nula autoridad, dadas mis lecturas discontinuas, anárquicas y siempre subjetivas…


Lo cierto es que podemos claramente coincidir (siguiendo las argumentaciones mostradas en las citas anteriores) en que a través de –y no por- el lenguaje el hombre se significa y (se) da sentido, a través de él puede intentar tomar posesión de lo misterioso que lo circunda, puede intentar dominar, es decir, de-nominar, nombrar (como Ud. bien sabe y como bien lo marcan casi todos los mitos fundantes de casi todas las religiones conocidas, como su adán con el in-nominado paraíso), y a través de él puede otorgar(se) idem-entidad (entidad similar, identidad), pero sin poder escapar nunca, mal que le pese, de ese continuo, paranoico y despótico sistema de significaciones y re-significaciones que forman aquel rizoma donde Gilles Deleuze, Philip Guattari y Paul Michel Focault, entre otros, vieron circular esquemática y repetidamente el poder entre todo ser humano. Sí, me refiero a aquella inherente contradicción del significante que Deleuze vio con increíble lucidez en su libro “Mil mesetas”, en su capítulo “Rostridad. Sobre algunos regímenes de signos”, y a la que denominara (con gran maestría lingüística) “su profunda payasada”. Allí afirma que


“…asi, pues, el sistema completo comprende: el rostro ó el cuerpo paranoico del dios-déspota en el centro significante del templo; los sacerdotes interpretativos, que siempre recargan en el templo el significado en significante; la muchedumbre histérica en el exterior, en círculos compactos, y saltando de un círculo a otro; y el chivo expiatorio depresivo, sin rostro, emanado del centro, elegido y tratado, realzado por los sacerdotes, atravesando los círculos en su loca huída hacia el desierto. Descripción demasiado esquemática que no corresponde únicamente al régimen despótico-imperial, sino que figura también en todos los grupos centrados, jerarquizados, arborescentes, sometidos: partidos políticos, movimientos literarios, asociaciones psicoanalíticas, familias, conyugalidades… La foto, la rostridad, la redundancia, la significancia y la interpretación intervienen en todas partes. Triste mundo el del significante, con su arcaísmo de función siempre actual, su trampa esencial que connota en él todos los aspectos, su profunda payasada. El significante reina en todas las escenas conyugales, como también en todos los aparatos de Estado.”


Inherente contradicción que, salvando las (enormes) distancias, es lo mismo que quise expresar yo con mi poema “Vudú” (refiriéndose en su título a esa especie de hechicería que es el lenguaje…), allá por marzo del 2000, y una de cuyas partes dice:


“No hay palabra que digamos
que no admita y no conlleve
su intrínseco sentido adverso.
El poema es desquiciado y breve,
un ansia que refleja el universo,
el eco de un silencio que gritamos.
No hay palabra que digamos
que no sea también la consecuencia
de cada instante singular vivido.
El poema es también la patética creencia
de que hay algo aparte del olvido
y que permanecemos si nos vamos.”


Así que ahora, habiendo apelado a un nuevo (fragmento de) poema, me parece que el círculo comienza a cerrarse del mismo modo en que se inició. Entonces, para finalizar, le diré, Sr. Profesor, que coincido en su apreciación sobre mi (limitada o poco sólida) base filosófica, pues mis tanteos explorativos en estas lides siempre tuvieron mucho más que ver con manifestaciones artísticas (sin ser profesor de piano ni nada que se parezca, sino mero espectador) o búsquedas anárquicas que con manifestaciones religiosas, de las que he sido profundamente ajeno desde mi más tierna infancia, y a las cuales en cambio Ud. parece ser decididamente proclive. Pero que, salvando esa diferencia (que nunca es menor), creo tener la mínima entidad requerida para poder discutir estas cuestiones con Ud. o con cualquiera, sin que se las considere una pérdida de tiempo… Además considere que cuenta Ud. al respecto con una infinita ventaja temporal, pues tiene para explayarse a su gusto toda la eternidad (como bien dijera Miguel Servet a sus jueces cuando comenzaron a arder los leños del convencimiento ideológico…) y yo en cambio estoy atado fatalmente, dada mi condición de agnóstico, a una mera ilusión llamada mundo y realidad, y extremadamente breve por cierto… Y porque, sin caer en la figura lingüística denominada falacia de autoridad, que en su caso es harto repetida, puedo también considerar, con Sartre, que el ente de una cosa es su condición o cualidad de cosa, y no la entidad de ente.


Por lo tanto me atreveré, para el final, a cerrar otro círculo: el de Nietzsche, con más Nietzsche.


Y al respecto sabrá Ud. que desde aquel año de 1873 en que apareciera en Alemania la primera de las cuatro “Consideraciones Intempestivas”, la expresión “filisteo de la cultura” (que allí Nietzsche utilizara, con su genial manejo estilístico del idioma alemán, para ridiculizar la figura de David Strauss, escritor “librepensador” muy en boga por aquellos lares y en aquellos años, y que provocara un gran debate intelectual que duraría otros tantos largos años…), dicha expresión, decía, quedó permanentemente aceptada o incorporada al idioma alemán por décadas, y sirvió desde allí en más para referirse a un tipo específico de acercamiento a los temas culturales, a los temas de debate filosófico, artístico o metafísico, o, como el mismo Nietzsche resumiera, a los asuntos del espíritu… “Filisteo de la cultura” fue, desde allí y para siempre, la figura o tipo de persona satisfait (satisfecho) que reiteradamente hará su aparición y se verá presente en forma continua en todo el desarrollo del Siglo XX (como bien lo observó Ortega y Gasset) y que llega aún hasta nuestros días, irremediable y fatalmente, y a (casi) todo el mundo globalizado de hoy… El “filisteo de la cultura”, esa especie de barbero suburbano que se identifica siempre con una clase media que siempre está inmune e indemne en el centro neurálgico entre el vulgo siempre detestado o defenestrado y la clase que él considera la verdadera protagonista de la vida… Sí, ese filisteo de la cultura que más que nada en el mundo odia al transvalorador de valores (de sus propios valores), al sub-versivo que le plantea exigencias e incomodidades tanto en cuestiones “materiales” como de “espíritu”… Ese filisteo que se cree culto, y que se sabe partícipe del culto, y cree además que sus propias ideas (socialmente aceptadas, o socialmente hegemonizadas) son siempre necesariamente la verdad… y que acepta (incómodo) todas esas bromas de los asuntos del espíritu, sí, pero…


“(...) pero entre las bromas, por una parte, y la “seriedad de la vida” –lo que quiere decir: su profesión, sus negocios, además de su mujer y sus hijos-, por otra, el filisteo establece una separación rigurosa; y de las bromas forma parte más o menos todo aquello que se relaciona con la cultura. De ahí que ¡pobre del arte que comience a tomarse en serio a sí mismo y plantee exigencias que atenten contra los sueldos, los negocios y los hábitos del filisteo, es decir, que atenten, en consecuencia, contra lo que para él es serio! El filisteo aparta sus ojos de semejante arte como si estuviera viendo algo obsceno, y con el ademán propio de un guardián de la castidad advierte a toda virtud necesitada de amparo que ni siquiera se le ocurra mirar.
El filisteo se muestra, desde luego, muy elocuente en su actividad de desaconsejar, pero también se muestra agradecido con el artista que lo escucha y se deja desaconsejar; a éste le da a entender que tomará sus cosas más a la ligera, con mayor indulgencia, y que siendo como es un amigo probado, un correligionario, en modo alguno se le exigirán obras maestras sublimes, sino sólo dos cosas: o bien una imitación, lindante con lo simiesco, de la realidad, imitación llevada a cabo en idilios o en benévolas sátiras humorísticas, o bien unas copias libres de las obras más reconocidas y famosas de los clásicos, aunque con vergonzantes concesiones al gusto propio de la época. Lo único que el filisteo estima, en efecto, es, o bien la imitación epigonal, o bien la fidelidad icónica del retrato de lo actual; pero si el filisteo hace eso es porque sabe que esto último lo glorifica a él mismo y aumenta la comodidad sentida en lo “real”, y que lo primero no le perjudica, sino que aún favorece su reputación de ser un crítico de gusto clásico y, por lo demás, no exige ningún esfuerzo nuevo, pues él ha llegado ya, de una vez para siempre, a un arreglo con los clásicos. Finalmente para calificar sus propios hábitos, sus modos de considerar las cosas, sus repudios y sus preferencias, el filisteo inventa todavía la fórmula “salud”, que tiene una eficacia general, y con ella se quita de encima a todos los aguafiestas incómodos, arrojando sobre ellos la sospecha de que son unos enfermos y unos extravagantes.”


Por eso es, Señor Profesor C., que incluyo esta cita como parte final de mi nota, para completar el círculo: pues largamente nos demuestra que nuestro (modesto) debate, nuestro particular intercambio de ideas, al menos nos aleja, por sus mismas características, y aunque más no sea por un rato, del contacto continuo con tantos nefastos personajes que abundan hoy en día, y nos lleva a un lugar (real o ficticio, quién sabe…) donde por un rato respiramos otro aire, y podemos hablar de las cosas que verdaderamente importan, sin miedo a que nos confundan con “enfermos y extravagantes”… Así que, una vez más, le agradezco el envío de su nota, aún con los muchos errores que claramente contiene, y le pido encarecidamente que sepa disculpar los que en ésta contestación hubiere, pues lo importante, creo, es que este intercambio que llevamos adelante (gracias a su iniciativa) ha permitido largos y agradables ratos de distraimiento y profundas consideraciones, que ambos (espero) hayamos sabido disfrutar.

Finalmente, augurando nuevos debates, y a manera de “yapa”, le dejo a su meditación las últimas trece breves citas nietzscheanas, regalo que no debe agradecerme, sino aprovechar:


1)
“El gusano pisado se retuerce. Esa es su sabiduría. Haciendo esto disminuyen las probabilidades de volver a ser pisado. En el idioma de la moral, esto se llama humildad.”

2)
“La razón es la causa por la cual nosotros falsificamos el testimonio de los sentidos.”

3)
“El sentido de lo trágico aumenta y disminuye con la sensualidad.”

4, 5, 6 y 7)
“Primera tesis: Los motivos por los cuales este mundo fue definido como mera apariencia son los que demuestran, por el contrario, su realidad; otra cualidad de realidad es absolutamente indemostrable.”

“Segunda tesis: Las características que se han atribuido al verdadero ser de las cosas son las características del no-ser, de la nada; se ha construido el mundo verdadero con la contradicción al mundo real; y es en realidad un mundo aparente en cuanto es simplemente una ilusión de óptica moral.”

“Tercera tesis: Carece de sentido hablar de un mundo diverso de éste, suponiendo que no domine en nosotros un mundo de calumnia, de empequeñecimiento, de desconfianza de la vida; si este instinto domina, nosotros nos vengamos de la vida fantaseando otra vida, una vida mejor.”

“Cuarta tesis: Dividir el mundo en un mundo verdadero y un mundo aparente, como hace el cristianismo, es sólo una sugestión de la decadencia, un síntoma de vida declinante...”

8)
“Sólo se es fecundo a condición de ser rico en contrastes; se es joven únicamente con la condición de que el alma no bostece, no anhele la paz...”

9)
“El instinto. – Cuando la casa arde, olvidamos incluso el almuerzo. – Sí: pero luego lo recuperamos sobre la ceniza.”

10)
“Yo creo que no nos desembarazamos de Dios porque aún creemos en la gramática...”

11)
“Madurez del varón: significa haber reencontrado la seriedad que de niño se tenía al jugar.”

12)
“La objeción, la travesura, la desconfianza jovial, el gusto por la burla son indicios de salud: todo lo incondicional pertenece a la patología.”

Y por último, 13)
“Sólo una cosa cura todos los males: la victoria.”


Sin más, lo saluda con un gran abrazo su amigo,



Eduardo Spalletta.-







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